Día mundial del alzheimer



La vida empuja, sí, y hay que seguir, pero recuerdas. La mirada ausente, los olvidos, los primeros despistes, la palabra siempre prendida en la punta de la lengua, los rodeos, la misma luz bañando sus ojos perdidos en un punto que nadie más que ella podía ver. Esa luz. Esa tarde. Sus ojos.

La vida empuja, y hoy es lunes y enseguida, sin saber cómo, aparece el viernes cuajado de promesas que desembocan en las tardes de domingo, tan sombrías. Y vuelven el lunes, y las prisas, y el material escolar, tan preciso y detallado como la lista de la compra de la Nasa, y los cuadernos así pero no asá, y los armarios, el trabajo, las listas, la nevera que hay que rellenar, la que hay que vaciar, los bañadores como cuerpos de un delito sin resolver cada año.

La vida empuja. Suena el despertador y al momento irrumpe la hora de acostarse. En medio, rutina o monotonía o vacaciones o aventuras, el amor de tu vida o el divorcio, los hijos que llegan, los que vuelven, los que se van del nido, las obligaciones, los amigos, el descanso.

Avanzamos en línea recta o a trompicones, sin querer detenernos o sin poder pararnos a pensar. Aprendemos de las desgracias, de los golpes de la vida, nos decimos. Qué ilusos. Olvidamos que íbamos a disfrutar de lo sencillo y empezamos a girar, de nuevo, tal vez porque ni sabemos ni queremos evitarlo.

Hasta que una tarde, no sabes por qué, la luz naranja que se derrama por el portal, inunda resquicios y abre llagas, y recuerdas, de golpe, como si el atardecer se hubiera quedado abierto.

La vida empuja, sí, y hay que seguir, pero recuerdas. La mirada ausente, los olvidos, los primeros despistes, la palabra siempre prendida en la punta de la lengua, los rodeos, la misma luz bañando sus ojos perdidos en un punto que nadie más que ella podía ver. Esa luz. Esa tarde. Sus ojos.

Será porque este 21 de septiembre se celebra de nuevo el Día Mundial del Alzheimer. Un día al año, frente al río del olvido, el cansancio de los cuidadores, el dolor de la familia, los paseos del brazo de personas contratadas, la pérdida de toda una vida en una cuesta vertiginosa cuyo fin no es ninguna meta.

Una no quiere recordar, de verdad. Ni estar triste. Ni vivir anclada en el pasado. Una querría que nadie más pasara por esta situación. Ni enfermos ni familiares. Que hubiera más ayudas. Más apoyo. Más investigación. Porque la vida empuja, y el olvido nos llega a todos, de una u otra manera, hasta que un rumor de hojas secas, un murmullo de septiembre, el hálito del otoño remueve y deja su semilla: aquella tarde en que olvidó tu nombre. Esta luz. Esta ausencia. Sus ojos.

Pilar Galán Rodríguez. Escritora

Fuente: www.elperiodicoextremadura.com

Imagen: culturacientifica.com